Carlos Goñi Zubieta es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Compagina la docencia con una intensa creación literaria. Su obra abarca temáticas diversas como la filosofía, la historia antigua, la mitología o la educación, y diferentes géneros: el ensayo, la divulgación, la novela o la autoayuda.
Entre sus publicaciones destacan: “El filósofo impertinente”, “Cuéntame un mito”, “Las narices de los filósofos”, “Una de romanos”, “El caballero enamorado”, “De qué va la filosofía” y “Pico della Mirandola”. Ha sido galardonado con el premio de Filosofía Arnau de Vilanova (2005) y el premio de ensayo Becerro de Bengoa (2010).
Entrevista
En esta entrevista le preguntamos por la buena o mala salud de las virtudes en estos tiempos convulsos en los que vivimos y por cómo podemos incorporarlas en nuestra vida para lograr ser mejores personas.
Dice que para vivir con plenitud debemos ser audaces. ¿Nos gustan los riesgos? ¿Debemos provocarlos o evitarlos?
Vivir es arriesgado, por eso necesitamos esa virtud. Los romanos decían: “Audaces Fortuna iuvat”, la Fortuna ayuda a los audaces. Y es verdad, el bien (y la felicidad) no sale gratis, hay que arriesgar, hay que poner toda la carne en el asador. Tampoco la audacia sale gratis. Ser audaz es una inversión a fondo perdido (como lo son todas las virtudes), en nuestro obrar nos la jugamos siempre, porque lo que hacemos nos hace lo que somos.
En una sociedad volátil como en la que nos ha tocado vivir, ¿qué hay que hacer para quedarse con lo esencial y evitar acumular peso en las alas?
El peso hay que trasladarlo a las raíces. Aunque parezca contradictorio, en esta sociedad opulenta y, a la vez (y, yo añadiría, consecuentemente) gaseosa, necesitamos la virtud de la pobreza. La persona virtuosa es rica, porque está llena de recursos, pero tiene que ser pobre para saber desprenderse de lo que le pesa y le impide alzar el vuelo hacia una vida plena.
Si tuviera que priorizar las cinco virtudes más necesarias para mejorar la formación de un adolescente, ¿cuáles serían?
Resulta difícil priorizar en este tema porque todas las virtudes están encadenadas y unas nos llevan irremediablemente a las demás. No obstante, podríamos empezar por estas cinco: estudio, inquietud, elegancia, responsabilidad y optimismo. Estudio, como una forma de vida no solo del estudiante, sino de toda persona que se preocupe por la salud de su alma, como diría Séneca; inquietud, como una forma de ser que no se conforma con lo que hay y busca vivir honestamente; elegancia, para saber contener los impulsos y presentarnos en el mundo con delicadeza; responsabilidad, para aceptar que detrás de mis actos libres estoy yo y yo respondo de ellos; optimismo, para mirar siempre hacia adelante. En otros lugares he hablado de la “motivación optimista”, que hace que el adolescente se comprometa con un proyecto personal, con una meta por él elegida.
Conceptos como equidad, igualdad, justicia están en boca de mucha gente. ¿Cree que gozan de buena salud estas virtudes? ¿Cómo podemos hacerlas crecer?
En general, no gozamos de una buena salud moral, por eso, yo pretendo rescatar, actualizar y activar las virtudes, el verdadero motor de la ética. De nada nos sirve saber qué es el bien (o la justicia, la equidad o la igualdad) si no lo realizamos. Se nos puede llenar la boca de conceptos, pero si no los hacemos reales, si no los realizamos, no sirven de nada, por eso, necesitamos más que nunca ejercer las virtudes.
En general, no gozamos de una buena salud moral, por eso, yo pretendo rescatar, actualizar y activar las virtudes, el verdadero motor de la ética
Usted es un hábil malabarista con las palabras. Tiene ese toque de buen humor a la vez que lanza un pensamiento profundo. Explíquenos qué quiso decir al afirmar: “Necesitamos paciencia para perseverar y perseverancia para no perder la paciencia”.
No pretendo quedarme en eso. Me explico. Un malabarista lanza algo de manera que vuelva a caer en su sitio, en el trayecto se dibuja una pirueta que despista al espectador, pero, fíjese, que solo aplaudimos cuando los aros, mazas o pelotas, vuelven a la mano. Lo importante es llevar al lector a lo importante, en este caso, a darnos cuenta de que las virtudes se retroalimentan y que no hay una mayor que otra, todas son mínimas, pero imprescindibles. Si falla una, suelen fallar todas y, entonces, nuestra vida, como a un torpe malabarista, se nos va de las manos.
¿No ve ningún peligro en defender que la honestidad depende de la conciencia de cada uno?
De ningún modo, y, en todo caso, hay que tomar ese riesgo. La calidad moral (sea de una persona o de una sociedad) depende de lo honestos que seamos con nosotros mismos, es decir, con nuestra conciencia. No es subjetividad, sino una forma de transparencia moral. Mark Twain decía que la honestidad es una de las grandes artes perdidas, y tenía razón, si la perdemos estamos, valga la redundancia, perdidos, pues ella hace transparente lo que de suyo está oculto, es decir, la conciencia.
Usted, además de escritor y filósofo, también es profesor de secundaria y de bachillerato. ¿En qué virtudes destacan los estudiantes que tenemos actualmente en esas etapas educativas? ¿Y sus profesores?
Nuestros adolescentes tienen virtudes, por supuesto, lo que pasa es que las tienen como aletargadas, algo lógico en la etapa vital en la que están. Para que un hábito se convierta en virtud tiene que encaminarse conscientemente al bien. Los educadores tenemos que ayudar a los adolescentes a que tomen esa consciencia partiendo de las virtudes más afines a cada persona, que pueden ser la alegría, la amistad, la fortaleza, la generosidad, el humor, la solidaridad…
¿Y los profesores? Se pueden ejercer muchas profesiones sin uno ser buena persona, pero para ser profesor hay que ser virtuoso, es decir, la principal virtud de un profesor son todas las virtudes. Entre esas cincuenta, podríamos destacar el diálogo y la paciencia. Diálogo, porque necesitamos comunicar; paciencia, para ganarle la partida al tiempo y sosegar las prisas, porque en educación no se trata de llegar antes sino de llegar más lejos. Paciencia: paz y ciencia, las necesitamos las dos.
Para ser profesor hay que ser virtuoso, es decir, la principal virtud de un profesor son todas las virtudes
Cuando glosa la virtud de la laboriosidad defiende que debería formar parte del currículum escolar como sinónima de esfuerzo, constancia, trabajo bien hecho, fuerza de voluntad… ¿Cree que los estudiantes de hoy en día suspenden en laboriosidad? ¿Por qué? ¿Qué herramientas echan en falta sus profesores?
En cuanto la educación supone un nacimiento cultural en el que (a diferencia del nacimiento biológico, aunque también con cierta analogía con él) el alumno es protagonista consciente, la virtud de la laboriosidad es clave. Es la virtud del futuro, porque se ejerce hoy, pero los resultados se recogen mañana. Me fijo en Demóstenes, quien, a pesar de sus muchas dificultades físicas (era tartamudo), llegó a convertirse en el mejor orador griego de todos los tiempos gracias a su constancia en el trabajo. Valerio Máximo decía que había dos Demóstenes: uno, el que parió su madre; otro, el que alumbró su laboriosidad. El suspenso en laboriosidad es causa de muchos suspensos. ¿Solución? Las virtudes se adquieren por repetición de actos virtuosos. No hay otra.
La virtud de la laboriosidad es clave. Es la virtud del futuro, porque se ejerce hoy, pero los resultados se recogen mañana
¿Cómo se logra encontrar el silencio necesario que, según usted, nuestra época necesita por encima de todo?
El silencio es oro. Estamos rodeados de ruido externo y también interno, ruido que adopta tanto la forma de un activismo frenético como del zumbido monótono del aburrimiento. El silencio permite escucharnos a nosotros mismos y nos procura sensibilidad ética. El enemigo del silencio no es tanto la contaminación acústica cuanto el activismo y la irreflexión. Por eso, necesitamos pararnos a pensar, para escuchar el silencio de nuestro interior donde descubrimos el latido primigenio del bien.
Y para finalizar, ¿qué sugiere que se debe hacer para no ser mediocre en una sociedad que necesita ser transformada en algo mucho mejor?
Esas virtudes mínimas son pequeñas cosas que nos hacen grandes, que nos sacan de la mediocridad y nos hacen aspirar a la excelencia y alcanzar la felicidad. Creo que las hemos menospreciado, como si no dieran la talla; consideramos al virtuoso como mojigato, santón y pusilánime, cuando es justamente lo contrario: la persona virtuosa afronta la vida con grandeza. Todas esas pequeñas virtudes se confabulan para un solo fin: encaminarnos hacia el bien. Son mínimas porque son pequeñas, y también porque son las mínimas que necesitamos para ser grandes. Las virtudes suman tanto en vertical como en horizontal: nos hacen mejores y mejoran la sociedad.
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