La situación que hemos vivido por culpa de la pandemia de la COVID-19 nos ha situado ante nosotros mismos como seres sociales que somos y nos ha hecho notar que esta crisis social global ha abierto las grietas de todo un ecosistema que reclama que lo cuidemos si no queremos llegar a un punto de no retorno. Parecía que la tecnología tenía que solucionar nuestra necesidad de cultura y de conocimiento, que comunicarnos a través de las redes ya lo era todo, y, sin embargo, también hemos sufrido la desinformación y al revés, la infoxicación, es decir, el exceso de información que acaba saturando a quién la recibe.
La pandemia ha sido una experiencia compartida por familias, docentes y alumnos que ha puesto a prueba la necesaria estabilidad emocional y la conciliación entre la vida familiar y la laboral. A pesar de la distancia física con las familias, y después de este último curso mayoritariamente presencial con los alumnos, ha quedado reforzada la idea que ambos tienen que remar en la misma dirección y compartir misión y objetivos.
La pandemia ha sido una experiencia compartida por familias, docentes y alumnos que ha puesto a prueba la necesaria estabilidad emocional y la conciliación entre la vida familiar y la laboral.
Problemas, no: retos
Bona plantea transformar los problemas en retos. Uno de ellos -apunta- es la necesidad de adaptar el currículum a la realidad, porque el mundo se encuentra en un cambio constante y la escuela no puede ser una burbuja (p. 60). Su planteamiento pasa por cambiar las preguntas que nos hemos hecho hasta ahora:
- ¿Alguien cree que el sistema educativo actual es realmente un sistema de éxito?
- ¿Para qué te gustaría que tus hijos vayan a la escuela
- ¿Qué tipo de personas quieres a tu alrededor?
- ¿Qué escuela te gustaría si fueras niño?
Otro reto es la importancia que tiene el aprendizaje del uso de la tecnología para aprovechar las posibilidades que nos brinda sin convertirla en una finalidad por sí misma. Estar conectados implica saber desconectar, limitar el horario que pasamos ante las pantallas, ya que hay que seguir fomentando la relación con uno mismo, con los otros y con el entorno. (p. 130)
La promoción del pensamiento crítico es otro de los centros de interés del autor. Reflexionar hacia uno mismo conlleva autocrítica; hacerlo hacia los otros genera empatía; y reflexionar sobre el lugar en el que vivimos nos ayuda a respetarlo. Todo ello aumenta la autonomía en la toma de decisiones y el respeto hacia otras opiniones. Escuchar -afirma Bona- es un camino de comunicación y diálogo. Y continúa: entrar en la vida de los alumnos es más importante que un currículum saturado de contenidos. Dicho de otro modo: hay que cuidar las relaciones humanas para acompañar a los alumnos en su aprendizaje.
Reflexionar hacia uno mismo conlleva autocrítica; hacerlo hacia los otros genera empatía; y reflexionar sobre el lugar en el que vivimos nos ayuda a respetarlo.
A veces no consideramos innovadores retos como el trabajo en equipo, pero Bona lo considera esencial si este trabajo es colaborativo. La cooperación está relacionada con la flexibilidad, facilita que las dificultades se conviertan en retos, promueve la confianza y el liderazgo, sobre todo cuando se trabajan los diferentes roles.
Humanizar la educación
Humanizar la educación implica no alterar el ecosistema en el que vivimos, hay que ir a lo esencial. Respetar la naturaleza es respetarnos a nosotros mismos. César Bona destaca tres aspectos más de lo que supone esta humanización:
“Acercarnos a la esencia del ser humano” (p. 214)
“Saber de dónde venimos y hacia dónde vamos” (p. 216)
“Convertirnos en aprendices” (p. 218)
El libro, en definitiva, es una invitación a parar el tiempo, a pensar en el modelo de escuela que tenemos y a replantearnos si hay posibilidad de hacer una mejor. Estamos ante una oportunidad de cambio que convendría no dejar pasar, porque cuando mejoramos la educación, mejoramos la sociedad en la que vivimos.
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