24 July 2019
María Antonia Manassero Mas
Catedrática de Universidad de Psicología Social
Coordinadora e investigadora del Grupo de Investigación: Ciencia, Tecnología y Sociedad: Didáctica de la Ciencia
Miembro de la Comisión Académica del Doctorado de Educación
Universidad de las Islas Baleares
Ángel Vázquez Alonso
Doctor en Filosofía y Ciencias de la educación.
Investigador del Grupo de Investigación: Ciencia, Tecnología y Sociedad: Didáctica de la Ciencia
Evaluador de proyectos para agencias internacionales y asociaciones profesionales.
Universidad de las Islas Baleares
a capacidad de pensar de los humanos es universal, hasta el punto que el pensamiento se reconoce como un rasgo distintivo de la naturaleza humana. Sin embargo, la realidad es que la mayor parte del pensamiento, espontáneo o abandonado a sí mismo, es de mala calidad: tendencioso, distorsionado, parcial, inválido, injusto, desinformado, cargado de prejuicios e intereses, falso, etc. Por ello, pensar es una actividad normativa, es decir, sólo debería aceptarse el pensamiento de calidad (bueno o eficaz), que debería ser un valor sistemáticamente cultivado y promovido socialmente.
Este principio normativo del pensamiento fue bien entendido por los grandes filósofos y pensadores, quienes, a pesar de sus diferentes ideas y escuelas, coincidieron en defender que enseñar y aprender a pensar debía ser un objetivo educativo prioritario. Hoy día, la denominación de pensamiento crítico se ha extendido en la mayoría de los currículos educativos para describir ese pensamiento de calidad que, además de ser esencial para lograr aprendizajes significativos, también genera calidad de vida. El pensamiento crítico es un pensamiento donde la persona, además del compromiso de pensar bien, asume la actitud personal de mejorar la calidad de su pensamiento, mediante el creciente dominio de las estructuras del buen pensamiento y la aceptación de altos estándares intelectuales sobre el acto de pensar (Paul & Elder, 2008).
El pensamiento de mala calidad no solo es éticamente inaceptable, sino que además es costoso, en dinero y sobre todo en calidad de vida de las personas, pues limita la calidad de nuestros sentimientos, producciones, construcciones o conductas. De esta relación pensamiento-vida se sigue la importancia y necesidad de pensar bien para vivir mejor. Una de las definiciones de pensamiento crítico más simples, profunda y funcional, resalta esta relación entre pensamiento y vida “…pensamiento reflexivo y razonable que se orienta a decidir qué creer o qué hacer” (Norris y Ennis, 1989).
El concepto de pensamiento crítico se ha venido desarrollando a lo largo de los últimos 2500 años, bajo diversas formas y denominaciones, aunque el término propiamente dicho se acuñó en la psicología del siglo XX. Activamente es una competencia que resulta una necesidad imperiosa en el contexto de las actuales sociedades globalizadas, tecnologizadas e informadas, donde la toma de decisiones constituye un ejercicio diario y continuado. Las decisiones ineficaces o de mala calidad son costosas para las organizaciones, la sociedad y las personas, pues causan consecuencias inesperadas o perjudiciales que impactan negativamente sobre todos los sistemas interconectados por la globalización y la tecnología (Swartz et al., 2013).
Los diversos marcos educativos, que comparten la denominación de destrezas y competencias para el siglo XXI, que han sido propuestos por numerosas organizaciones (p.e. OCDE) y expertos educativos (p.e. Fullan), coinciden en sugerir un conjunto de destrezas de pensamiento cuyo gran valor para la educación resulta de su transversalidad a distintas materias y aprendizajes. Los términos más frecuentemente citados en las descripciones incluyen pensamiento crítico, creatividad, resolución de problemas, toma de decisiones, razonamiento, evaluación de pruebas, juicios, credibilidad, etc.
Los especialistas en pensamiento crítico, por su parte, proponen modelos de desarrollo, que normalmente, se concretan en conjuntos articulados de destrezas de pensamiento. Por otro lado, los instrumentos de evaluación del pensamiento crítico suelen ser más concretos y sintéticos en las destrezas que evalúan. Elaborando una síntesis de todos esos estudios e instrumentos hemos propuesto la siguiente taxonomía del pensamiento crítico.
CREATIVIDAD (generar ideas, sacar conclusiones)
- Plantear buenas preguntas
- Observación (comparar, clasificar)
- Análisis y síntesis (partes-todo, analogías, modelos)
RAZONAMIENTO Y ARGUMENTACIÓN (justificar predicciones, implicaciones, conclusiones)
- Lógico (deductivo)
- Empírico (explicar con datos, informaciones, pruebas)
- Inductivo (generalizaciones)
- Argumentación (abductivo)
- Estadístico (probabilístico)
- Falacias y Errores
PROCESOS COMPLEJOS
- Toma de decisiones
- Resolución de problemas
EVALUACIÓN Y JUICIO (valoración de la calidad del pensamiento)
- Estándares Intelectuales (Claridad, Precisión, Relevancia, …)
- Razonamientos
- Acciones (soluciones, decisiones, consecuencias, …)
- Credibilidad de fuentes
- Identificar Supuestos
- Comunicación (clarificación de significados)
- Meta-cognición
- Autorregulación y autorreflexión
- Actitudes y afectos (disposiciones)
La taxonomía se basa en el concepto fundante de pensamiento crítico como concepto que engloba a todas las demás categorías y que se desarrolla en cuatro grandes áreas: creatividad, razonamiento y argumentación, procesos complejos y evaluación y juicio. Cada una de las áreas incluye destrezas y sub-destrezas, que pueden desarrollarse todavía en constituyentes más simples.
Esta taxonomía pretende ofrecer un modelo simple de un constructo complejo como el pensamiento crítico, para hacerlo comprensible a los no especialistas como los docentes.
Referencias
Norris, S. P.; Ennis, R. H. (1989). Evaluating Critical Thinking. Pacific Grove, CA: Midwest Publications.
Paul, R.; Elder, L. (2008). The miniature guide to critical thinking: Concepts and tools. (5th ed.). Dillon Beach, CA: Foundation for Critical Thinking Press.
Swartz, R. J. et al. (2013). El aprendizaje basado en el pensamiento. Cómo desarrollar en los alumnos las competencias del siglo XXI. Madrid: SM.
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