por Ana Moreno Salvo
Francesc Torralba Roselló es doctor en Pedagogía, Filosofía, Historia y Teología. En la actualidad es catedrático acreditado de la Universidad Ramon Llull. Alterna su actividad docente con el oficio de escribir y divulgar su pensamiento. Su trabajo está orientado hacia la antropología filosófica y ética enmarcada dentro del personalismo contemporáneo. Es un autor prolífico, con más de 1.800 artículos y 100 libros publicados como: “Vivir en lo esencial” (Plataforma Editorial S.L., 2020), “Liderazgo ético” (Ppc Editorial, 2017), “Correr para pensar y sentir” (Lectio, 2015) o “El valor de tenir valors” (Ara llibres, 2012).
Desde Impuls Educació nos interesamos por las investigaciones a nivel internacional y tratamos de establecer conexiones con expertos de todo el mundo. Consideramos imprescindible, como centro de investigación y divulgación, tener en cuenta la opinión y la experiencia de estos profesionales; cuya visión nos aporta siempre nuevas perspectivas y modos de entender este mundo tan apasionante de la educación.
Con Francesc Torralba tuvimos la oportunidad de tener una conversación, en la que estuvimos hablando sobre la importancia de educar en valores y virtudes y en acompañar a nuestros alumnos en la construcción de su proyecto de vida. Este artículo es un resumen de la entrevista que le hicimos; podéis disponer de la versión completa de la misma, en el ejemplar 6 de la revista Diàlegs: “Educar para ser”.
Entrevista a Francesc Torralba
En los últimos años, se considera básico educar la conciencia cívica, los valores democráticos, la justicia social y la sostenibilidad. Usted que ha dedicado gran parte de su vida a reflexionar sobre la persona humana y su desarrollo, nos podría explicar qué significa ¿educar para ser y cuál es su propósito principal?
Educar, especialmente una educación centrada en el ser, es desarrollar todas las potencias o capacidades que tiene una persona. Queremos que se desarrollen y lleguen a su máxima plenitud. Esto significa todo el ser. Por tanto, no sólo una educación centrada en la memoria, en la imaginación o en la voluntad, sino una educación que abarca todo el ser de la persona y permite a este ser desarrollarse al máximo.
Para mí esto tiene, básicamente, cuatro dimensiones.
Por un lado, debemos desarrollar la dimensión física de la persona. Y esto significa los hábitos de vida saludable, la ejercitación, la dimensión corpórea de aquella persona, el cuidado, la higiene, la alimentación, los hábitos de vida, el deporte y, por supuesto, también el cuidado de la dimensión sexuada de la persona.
La dimensión psíquica, tanto emocional como mental o intelectual, también debe desarrollarse. Se trata de la capacidad de calcular, pensar, reflexionar, especular. Pero también la capacidad de ordenar las emociones, de saber priorizarlas e, incluso, contener determinadas emociones tóxicas o negativas.
Luego está la dimensión social. Cada persona debe saber interaccionar con los demás, crear vínculos de calidad, establecer relaciones de confianza, saber, en definitiva, crear relaciones tonificantes y nobles.
Y después está la dimensión espiritual, que también es inherente a la persona y, por tanto, educarla significa que ese ser humano desarrolle y también que reflexione a fondo sobre qué creencias se siente llamado a desarrollar o, incluso, a asumir.
A menudo, pero, pasa que esta educación queda reducida a un plan y nosotros somos polígonos que tenemos caras distintas. Por eso creo que educar en el ser significa desarrollar todas las capacidades latentes en la persona y esto no puede hacerlo un solo ser humano, sino que se tiene que hacer en comunidad.
Educar en el ser significa desarrollar todas las capacidades latentes en la persona y esto lo hacemos en comunidad
¿En qué medida “ser cada vez mejor ser humano” es una cuestión relativa al contexto, época o cultura? ¿Puede haber el supuesto de que hay algo que es inmutable, universal y propio de todo ser humano y que lo define cualitativamente?
Sí, es la discusión entre lo permanente y lo coyuntural. Y en el proceso educativo debemos ligar las dos dimensiones. Por un lado, debemos formar a estos chicos y chicas para que puedan instalarse en un mundo complejo y, por tanto, que sepan moverse bien en el mundo tecnológico, en el mundo digital, que entiendan bien los lenguajes, que comprendan bien los artefactos, los robots, las máquinas, las biotecnologías… Todo esto es coyuntural, contextual. La escuela debe favorecerlo porque queremos que se adapten al mundo, queremos que actúen en el mundo y que no sean marginados sociales o inadaptados.
Luego existen unos elementos que son universalmente permanentes. Por ejemplo: existen virtudes que son esenciales de desarrollar, independientemente de si estamos en el siglo XII o en el siglo XXI. Pensamos en la virtud de la prudencia. ¿Qué padre y qué madre no quiere que su hijo sea prudente? A la hora de conducir, a la hora de tomar decisiones, a la hora de ir de fiesta, a la hora de empezar a establecer una relación de pareja.
Por tanto, hay aspectos coyunturales. Por otro lado, sí que hay una serie de cualidades, de virtudes, que si las tiene, le permitirán regir como ser humano, como profesional, como padre, como madre, como amigo, como amiga, sus diversas facetas.
Usted ha escrito mucho sobre virtudes y valores humanos, ¿qué opina sobre la educación ética en la escuela? ¿Qué valores destacaría como más relevantes en el mundo actual?
Lo primero que quiero decir es que no hay educación neutral, no ha existido nunca y lo que así lo plantea hace trampa. Toda educación tiene una dimensión axiológica, es decir, es portadora de unos valores o unos contravalores. Y los transmitimos muy a menudo de manera inconsciente. En consecuencia, no puede haber una educación puramente objetiva. Irradian sus valores a sus hijos, y a toda la familia extensa.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta: cuáles deberían ser los valores o las virtudes a potenciar, yo creo que hay tres básicas actualmente. Una es la audacia. No amedrentarse y no tener miedo a sacar adelante los proyectos de vida.
Otra es la flexibilidad o la ductilidad. Estamos en un mundo muy cambiante, en transformación y necesitamos chicos y chicas que tengan capacidad de adaptación a entornos nuevos y diferentes. Por tanto, la rigidez es un obstáculo. Hoy es el itinerario de muchos jóvenes que pasan por muchas empresas distintas, por países distintos, lenguas diferentes, sistemas tecnológicos diferentes y sobreviven en los que son más dúctiles o flexibles.
Estamos en un mundo muy cambiante y necesitamos chicos y chicas que tengan capacidad de adaptación a entornos nuevos
Y la última: yo creo que necesitamos chicos y chicas que tengan una tercera virtud, que es la compasión, que no pasen de largo de los mil dramas que existen en el mundo. Esto significa todo lo contrario de la indiferencia. Yo creo que la educación nos debe hacer solidarios, nos debe hacer responsables, nos debe hacer personas que ante los dramas no cerramos los ojos, sino que tratamos de aportar nuestro talento, nuestro compromiso, para mejorar la calidad de vida de esas personas.
Esto es una educación, para mí, básica, es decir, una escuela que no contemple esto, es una escuela que está fuera del siglo XXI. Necesitamos jóvenes, necesitamos emprendedores, necesitamos personas que se impliquen en las causas nobles que hoy el mundo tiene pendientes.
Necesitamos jóvenes, emprendedores, personas que se impliquen en las causas nobles que hoy el mundo tiene pendientes
Actualmente, se habla mucho sobre la importancia del “Agency” para poder actuar con sentido del propósito, tener pensamiento crítico y tomar decisiones intencionadas e informadas para asumir el protagonismo de la propia vida. ¿En qué medida es importante preguntarse por el sentido? ¿Cuáles serían las claves para hacerlo?
Es determinante la cuestión del sentido, del propósito, del objetivo, del para el que vives. Y a veces esa pregunta queda difuminada. Yo creo que es central en la praxis educativa que un chico, una chica, empiece a plantearse qué quiere hacer con su vida. Qué propósito, qué objetivo tiene, Y si ese propósito es viable o no; si ese propósito es noble o no; si este propósito va ligado a su naturaleza o sencillamente es totalmente desmedido. Esto tiene que ver con un discernimiento, tiene que ver con una acción tutorial, tiene que ver con un acompañamiento y, cuando educamos, no solamente informamos.
Educar no es entrar en el aula y decir: ahora les contaré qué es la fotosíntesis, ahora les contaré qué pasó en la Guerra Civil en España o quién era Don Miguel de Unamuno. Esto tiene que ver con instruir y con informar. Porque educar tiene que ver con acompañar a una persona a desarrollar su proyecto de vida. Y, por tanto, debemos ayudarle a discernir, a ver qué escalones debe ir subiendo para hacerlo realidad, y acompañarle cuando fracase también, porque muy a menudo el proyecto no se realiza por mil cosas. Cuando una persona se dedica a una actividad que le llena es muy feliz. Ahora, si esa actividad, para él, es estéril, es absurda, está vacía, no tiene ningún sentido, aunque se gane muy bien la vida, esa persona no es feliz. Esta persona puede estar acomodada y vivir cómodamente. Pero cuando hablamos de plenitud, hablamos de un proyecto de vida que tiene sentido en sí mismo.
Una cuestión importante en la educación es el concepto que tenemos sobre libertad humana. Se habla mucho del libre albedrío y de que ser libre es poder escoger y que podemos escoger lo que queremos. ¿Qué idea de libertad tendría sentido tener en educación?
La palabra libertad es una de las palabras más manipuladas, alteradas, y yo diría, incluso, reducidas semánticamente. Esto ocurre con grandes palabras, ocurre con la palabra dignidad, con la palabra felicidad. Ocurre con muchas palabras cuando las utilizamos muy superficialmente.
Una idea de libertad es la libertad como libre albedrío, que es la traducción del latín “liberum arbitrium”, o sea la capacidad de escoger entre dos o más opciones. Esto es un nivel de libertad básico.
Existen otros niveles de libertad más exigentes, naturalmente. Ser libre es ser capaz de determinar el propio proyecto de vida, encarnar tu propia vocación, en definitiva, hacer realidad tu propio sueño. Y esto tiene que ver con un proceso que significa disciplina, esfuerzo, continuidad en el tiempo, tenacidad y muchas renuncias. Hoy tenemos una idea de libertad sin renuncia. Y esto es un error.
Y todavía hay una última idea de libertad, que es la libertad como liberación, de liberarse de todo lo que te subyuga, te encadena, te mantiene encarcelado, te mantiene enajenado. Hay muchos elementos que nos mantienen enajenados, hay muchas personas a las que les hace sufrir mucho lo que opinan los demás; otras están subyugadas a la droga, al alcohol, a las pantallas, ya otras nuevas adicciones. Esto no es libertad, esto es esclavitud, servidumbre. Creo que, en este sentido, cuando uno se libera del remordimiento, del resentimiento, es mucho más libre, Pues todo esto pasa por el acto de perdonar.
Con el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) surgen muchos miedos sobre su capacidad creciente para sustituir al ser humano en sus funciones. ¿En qué medida considera que esto es posible? ¿Cuál debería ser el papel de la IA en una sociedad propiamente humana centrada en el pleno desarrollo de cada persona?
Es el gran tema. Estamos casi admirados, conmovidos y perplejos frente a las capacidades que están desarrollando estos sistemas de inteligencia artificial generativa. Y cada vez observamos que tienen más capacidades, más prestaciones, que realizan operaciones más rápido y que, en muchos campos, son muy superiores a nosotros, aunque la hemos hecho nosotros esta inteligencia artificial.
Entonces, lo que hace falta son tres acciones ante esto. Es necesario un buen gobierno de la inteligencia artificial. Transparencia, que nos expliquen cómo funciona, qué algoritmos hay, qué criterios tienen en cuenta. Y después hay un tercer punto clave, que es indispensable utilizarla para ayudar a los más vulnerables. Personas que tienen discapacidades intelectuales y físicas, que tienen inteligencia limitada, que tienen dificultades de aprendizaje y que estos recursos tecnológicos pueden estimular mucho a aquella persona y darle una atención muy adecuada a su perfil. Podemos desarrollar habilidades o capacidades que, sencillamente, en un aula puede que se pierdan.
Debemos destinarla mucho a esto, a que realmente la inteligencia artificial sea un sistema al servicio del progreso integral de la persona, al servicio de su dignidad y, especialmente, de los más frágiles y de los más vulnerables. “La inteligencia artificial debe ser un sistema al servicio del progreso integral de la persona, especialmente, de los más frágiles y de los más vulnerables.”